jueves, 2 de febrero de 2012

Tormenta de arena.



Tengo ganas de gritar, de decir que me he cansado de caminar sin rumbo, de decir que me he cansado de pisar el lodo y que alguien sea capaz de descifrar mis labios y encontrar el tono de desesperación en ese hilo que todavía me queda de voz aunque escondido en alguna parte de mi garganta para así ser capaz de calmarme, en tan solo un segundo y que en ese segundo pueda dejar de gritar en silencio, recuperar ese hilo de voz y volver a poner los ojos en las órbitas, cerrar los párpados y poder descansar, aunque sólo sea un
segundo. Tengo ganas de que alguien sea capaz de mirar más allá de mis pestañas para darse cuenta de que ahora estoy totalmente vacía, como una tormenta en el mar, o una tormenta de arena, donde todo queda arrasado en un sólo segundo, en el mismo en que las personas de azul empujaban mi cama con rostros impávidos que solo conseguían aumentar la tempestad que me arrasaba por dentro. De repente, se encendió una luz, tan potente que me cegaba, acompañada de ese sonidito del latido de mi corazón y lo sentí, lo sentí más fuerte que nunca, sentí que estaba viva, que estaba viva en cada latido que ese aparato desprendía, y yo solo podía hacer una cosa, acordarme de él, por encima de las voces que decían que me mantuviera despierta, por encima del malestar que me hacía cerrar los ojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario