domingo, 22 de enero de 2012

Ven, pon una tirita y no te vuelvas a ir


Se empieza a quitar la ropa poco a poco, sentada en la bañera escusa la música mientras enciende el grifo del agua. Se queda parada, tocándose la cara mientras que intenta en un segundo saber qué hacer en ese justo momento, y es que sabe que él está ahí fuera, como siempre, pero esta vez está escuchando como hace la maleta, está escuchando como vacía los armarios de una vida en común y como se lleva una a una las chinchetas de su corcho de los recuerdos, y no sabe cómo hacer que pare. Entonces, se termina de quitar la ropa y se lleva las manos a la cara, intentando abrir un agujero en el suelo, como si fuera una avestruz, y poder avanzar en el tiempo para encontrar la solución a todo esto y luego volver a salir, empieza a notar el dolor poco a poco, primero son pinchazos, que cada vez son más fuertes hasta que llegan a ser insoportables, y mete el pie en la bañera, notando el agua ardiendo ascender por su piernas, notando como se contraen cada uno de los dedos de sus pies, mientras que ella se va dejando caer hacia el fondo, resbalando poco a poco su cuerpo de niña insegura, descargando todo su dolor, como si el agua pudiera liberarle de todo lo que le atormenta, como si el agua tan caliente pudiera quemar todo su dolor. Y entonces él abre la puerta, por una vez se atreve a abrir la puerta y se digna a asomarse a su dolor, solo por una rendija ya que el miedo a lo que pueda ver es demasiado grande, pequeña, tan pequeña que ella ni siquiera se da cuenta de que le están observando, pero él se queda allí clavado, mirando cada lágrima que resbala por su rostro y sabiendo, en lo más profundo de su ser que cada una de esas lágrimas es provocada por cada vez que han hecho las maletas, por cada vez que han vaciado el corcho y con ello cada vez que han desnudado un corazón lleno de heridas, raspones y agujeros, un corazón que solo necesita tiritas,
esas que solo ellos saben cómo colocar.


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