domingo, 19 de febrero de 2012

Cadena de favores.



Pero de repente me he dado cuenta de que por mucho que ande rápido o corra si él no está a mi lado nuestro contador de tiempo seguirá sin ponerse en marcha, sin acumular minutos y eso supondrá que mi reloj siga parado; bueno no del todo, seguirá estando ralentizado, como si quisiera hacerme ver lo largo que se me hace todo si él no está a mi lado, como si quisiera acentuar esa espera que ya me marca las manecillas a fuego en mi venas, traspasando la correa del reloj blanco que llevo en la muñeca, corriendo por esas finas venas para helar la sangre cuando sé que no va a aparecer, creando cristales que rasgan con solo rozar mi piel si no es él el que me toca; y es que esos minutos seguirán siendo eternos, convirtiéndose en horas, y lo que es peor, en días, y en esa espera eterna yo sigo intentando mantener la cabeza helada, llena de cosas por hacer, intentando mantener mi cuerpo corriendo, calle arriba, calle abajo, aunque parándome en cada esquina por si allí me espera en cualquier semáforo en rojo que indique que vuelve a por mí, pero al ver que no está allí, en su pequeño coche donde hemos instalado nuestro contador, vuelvo a recuperar el aliento antes contenido, y empiezo a respirar rápido otra vez como si así pudiera hacer que la espera se pasara más deprisa. Pero incluso cuando me tumbo en la cama e intento descansar miro el reloj y no sé porque solo pasa un minuto cada vez que lo miro mientras se me ocurren mil maldiciones en voz baja que decirle a ese alguien que descubrió como medir el tiempo, porque yo he descubierto una forma mejor, que no es que la quiera, es que la necesito; y es que mi tiempo no pasa si no es con él, el resto es sólo pérdida de tiempo.

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