¿Y si el miedo me gana este pulso?

Y de repente te dicen todas esas miserables palabras que siempre pensaste y juraste que jamás escucharías, todas esas palabras que convierten hasta el día más precioso en la peor pesadilla de la que ni siquiera puedes despertar porque te tiene totalmente atrapada. Pero él lo dice tan tranquilo, te dice esas cosas mientras a ti te da por reírte como una loca, sin control alguno, en un intento de entender porque no puedes ser como las demás personas, y es que siempre has deseado y has luchado por ser diferente y ahora lo único que deseas es no haber deseado nunca eso, ni correr el riesgo de cumplir tus deseos, solo deseas estar dentro de ese alto porcentaje de gente a la que no le pasa lo que ese hombre te está diciendo.

 Pero sigue hablando, lo dice como si fuera lo más normal del mundo, como si tú tuvieras que sentirte bien en ese momento, como si incluso tuvieras que estar agradecida de las palabras que salen de su boca, cuando lo único que quieres es dejar de estar sentada en esa silla de plástico por la que pasan miles y miles de personas, y rebobinar para poder meterte en la cama, bajo el edredón, hecha un ovillo, y no llegar nunca a esa miserable sala, o crear una sordera temporal que consiguiera que no escucharas nada de lo que te están contando. Porque no quise, no quise escucharlas, nunca, no quería volver a ver esa sala, ya no tenía fuerzas, solo quería salir corriendo, empezar a huir de todas esas palabras que seguían metidas en mi cabeza, solo quería que en el otro extremo estuviera él para abrazarme, apretarme con todas sus fuerzas y decirme que lo vamos a conseguir, solo quería que él ahuyentara todos mis miedos, solo con su sonrisa y sus miradas. Y en ese momento comencé a caminar más despacio, tranquilizando cada parte de mi mente, viendo como él conseguiría todo eso que necesitaba. Y solo necesitaba que ellas me dieran la mano, en ese justo momento en el que me dispuse a contar todo lo que me aterraba.