domingo, 8 de abril de 2012

Maldito abril.


Era como un tornado, como un gigantesco tornado que lo arrasaba todo a su paso, era como aquellos tornados que sólo de imaginarlos ya sentías escalofríos. Era aquel tornado que lo destruía todo, incluso ese refugio a prueba de bombas que se había creado. Pero era también como un incendio, era un incendio de llamas rebeldes que nunca se apagaban, era un círculo de fuego del que no podía salir; un fuego que cada día se avivaba un poco más a causa de las fuertes corrientes de aire provocadas por el tornado. Y ella estaba justo ahí, en el centro del círculo de fuego que quemaba cada parte de su vida, en el centro de ese tornado que le arrancaba cada cosa que tenía. Estaba sentada dentro de aquella catástrofe natural que se cebaba con su vida, sentada con la cabeza entre las piernas y le daba por reír. Si, se reía a carcajadas al ver como todo por lo que había luchado le era arrancado de repente, sin explicación, sin remedio, se reía mientras arrugaba los ojos para protegerlos de las llamas, mientras se agarraba fuertemente las rodillas como si eso pudiera darle la fuerza necesaria para poder parar aquella catástrofe. Pero no había bomberos que vinieran a rescatarla, no había nadie que le ofreciera cobijo, porque todos estaban tan lejos que ni siquiera olieron ese olor a quemado que desprendía su vida. Ese olor a quemado que hacía saltar todas las alarmas de su pequeño refugio a medio destruir, esas alarmas convertidas en un pitido incesante en su cabeza, un pitido que nunca callaba, que buscaba ayuda; quizá una mano que le salvará de ser quemada a lo Bonzo junto a toda aquella montaña de cuadernos que describía su vida y que ahora, algunos años después actuaba como acelerante de la catástrofe. No había nadie en miles de kilómetros alrededor, ni siquiera un vecino curioso o aquellas vecinas que siempre tenían algo que decir. Ya no estaban, de repente sólo podía sentir ese pitido de la alarma, ese pitido que poco a poco le destrozaba cada parte de su ser, actuando también como un tornado en su interior de su pequeño cuerpo inválido, de ese cuerpo que flotaba a ras del suelo, sin poder despegar. De ese cuerpo que siempre se quedaba en la pista de salida porque el tornado no le permitía salir, de ese cuerpo que esperaba que una torre de control le diera el visto bueno, de ese cuerpo que no recordaba lo que era volar. Y ya no había marcha atrás, el círculo de fuego se hacía pequeño, atrapándola, dejándole dentro de esa calle sin salida en la que el tornado le había metido, ya no reía, sólo miraba fijamente para darse cuenta de que ya no podía reaccionar, de que ya estaba todo arrasado.


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