domingo, 1 de abril de 2012

"Tal vez"



Sístole. Calada. Diástole. Como si fuera un círculo vicioso en el que ya no le importaba perder el corazón y con ello la vida, perder la vida en un instante, en el mismo instante en el que el corazón se contraía para aguantar la calada sin rastro del humo en el cielo, ya que era absorbido en su casi totalidad por los pulmones; despacio, llenándolos poco a poco, poniéndolos cada vez más negros, ocupando también todo el espacio que sobra en su mente, el espacio que sin darse cuenta se ha llenado del olor de él, del olor inconfundible que se mete por su nariz y se instala en su cerebro, como un estímulo más, un estímulo que hace que abra más y más los pulmones para poder aspirar todo ese olor, haciendo trabajar a su pequeño corazón, con escasas fuerzas, como un viejo cascarrabias al que nadie le hace cambiar, así está su pequeño músculo, cansado de seguir contrayéndose, lleno de arañazos, rasguños y heridas incurables.
Y otra vez el viejo empieza a vaciarse, haciendo un doble esfuerzo sobrehumano para llenarse de nuevo, y se llena así, con esa sangre que poco a poco pierde el color rojo, con esos cristales clavados hace tiempo disueltos en ella y que nadie consigue quitar de allí, se llena de todo eso que no debería estar ahí pero que sin embargo, se empeña en continuar contaminando su vida; como mil vicios a todo lo desconocido, como un vicio incontrolable al destino, a ese destino que tantas veces le ha hecho acabar de rodillas en mitad de un desierto. Como ese viejo vicio a morderse las uñas, ese vicio a dormir boca abajo abrazada a la almohada, ese vicio por los números pares o ese vicio por no pronunciar nunca ese número, y de repente las manías se mueren de envidia y empiezan a luchar por hacerse hueco en ese ADN, en ese ADN que lo revela todo, que nunca guarda secretos y que de repente revela ese vicio absurdo y potente por su olor, ese vicio que le nubla la vista si no le tiene enfrente, que le atrae hacia él sin ningún remedio, como un agujero negro, lleno de miedo, lleno de dudas, lleno de "puede ser, tal vez o quizá", lleno de ironías o de no querer reconocer las cosas, lleno de destiempo.
Ese vicio que llega de repente, sin preguntar, sin decir nada, sigiloso, esperando a que ella le acepte, y ella está allí, escondida en alguna calle perdida de París, dando por hecho que le acepta, sin más explicaciones, subiendo a lo más alto de aquella torre para que las dudas no les alcancen, durmiendo en el suelo abrazada a él superando aquel vicio que antes solía tener, consiguiendo que él se convierta en su excepción.


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