domingo, 25 de noviembre de 2012

El latir más sincero, aún sigue aquí.




Supongo que hoy empezaría como todos los días, con un "te estoy echando de menos", pero quizá las palabras ya no sean suficientes.
Empezaste a quererme con la nieve entre las pupilas, y decidiste abandonarme cuando pensaste que mi calor no era suficiente.
Me entregaste nuestro mejor invierno, el hielo bajo la ropa, el calor entre las sábanas. Me entregaste un corazón malherido que no supé demasiado bien como hacer mío, o mejor dicho, como curar del todo.
Te entregue mi primavera más vacía de lluvia, y las mejores tormentas tras las lunas del coche.
Te entregué los mejores amaneceres, pero sobre todo, las peores pesadillas.
Y todo eso pudimos ser tú y yo, quizá como la noche y el día; como un oasis en mitad del desierto. Tú sabías perfectamente como calmar hasta la más oscura de mi sed, como despertar cada una de mis terminaciones nerviosas para hacerlas totalmente tuyas, y luego acariciarme el pelo con un "cálmame".
Pero el tiempo pasa, el reloj no para, las hojas dejan de caer y el frío ya no cala en los huesos, el calor se llevo tu calor pero no tu olor, las noches de reflexión y todos aquellos sueños que quedaron por cumplir. Todos esos sueños que nunca llegamos a decir en voz alta por miedo a que no se cumplieran, o quizá a todo lo contrario, quizá teníamos el suficiente cuidado para no hacer realidad todos esos sueños. Quizá hacer realidad los sueños nos convertiría en algo más, en algo irrompible, y ¿de verdad querías eso?.
 Llegó la luz del Sol y con ella la cobardía, el miedo, y toda esa oscuridad que nos inundaba con demasiada frecuencia. Aquel día me abrazaste y lo supe todo en un instante.
Nunca dejaría de quererte.

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