viernes, 25 de enero de 2013

Lo de quedarnos siempre a medias. Lo de nunca saber marcharnos.

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Nunca he sido mucho de teorizar, aunque sí de generalizar.
Decir que en general, todo el mundo está loco por vivir una vida al límite, y decir que en general, las personas se pasan la vida buscando algo más.
Nunca me gustaron las partidas fáciles pero me obsesioné con las demasiado difíciles hasta acabar por abandonar. Y eso que siempre odie abandonar.
Me gustaba decirte “te quiero” cuando ni tú ni yo sabíamos lo que era eso. Decirte una vez más que mi vida sin la tuya no tenía sentido, aún a sabiendas de que eso no era totalmente cierto.
Descubrir de pronto que hay más vida detrás de tu cama, y que en los amaneceres sí es posible un beso más. Sí, ese que tú no me dabas.
Pero, ¿qué más da? Esto es solo una historia más, una historia que se repite como esa vieja canción saliendo de aquella radio antigua que conservas como una reliquia en el rincón más descuidado de tu vida.
Como si fuéramos a ser diferentes, como si pudiéramos hacer algo más que desearnos de la misma forma con la que nos odiamos cada despertar.
Como si pudiéramos cambiar el mundo por haber superado ese reto de querernos día sí, día también. Déjame que te diga que ni tú estás hecho para cambiar el mundo, ni yo para aguantar tu aliento por la mañana.
Nunca imaginé que me llevarías a París, ni esperé si quiera que pusieras un paraguas bajo la lluvia. No eras de esos, más bien eras de esos que te rompían las medias y te dejaban el maquillaje emborronado.
Eras de los que decían “no, si yo no necesito una mujer en mi vida” mientras llamabas a la misma de siempre, a la única capaz de hacerte sentir un poco de calor, y es que nunca supiste llamarlo "amor".
Y tu olor volvía a impregnar las partes más pequeñas de mi nuca, mientras que rozabas la comisura de mis labios con la punta de tus dedos.
Esos dedos tan llenos de “ahora” y tan vacíos de futuro. Y es que todo el mundo sabías que no te quedarías ni un día más, y que las camisas en el fondo del armario serían un mero recuerdo de tu ausencia infinita sobre mi piel.
Siempre se te ha dado bien dejar con ganas de más, dejar las cosas a medias. No era muy tuyo eso de decir las cosas claras, claro, que ni siquiera tú tenías las cosas claras.
Eras de este tipo de hombres que siempre tienen que decidir cuándo frenar o cuando acelerar. Cuando llenarte de amor y el instante en el que desinflarte de cordura.
De esos que te trasladan del cielo al infierno en un par de segundos.
Siempre preferiste no ser tan como yo, y tener esa manera tan característica de pasearte por mi vida a tus anchas.
Tenías esa peculiar manera de sonreír desde el otro extremo de la sala, para recordarme que todavía no te había dicho adiós.
Siempre preferí hablar de otras personas antes que hablar de mí, eso de psiconoanalizarse a uno mismo no trae más que problemas.
Problemas derivados de una personalidad en constante renovación, de una pasión ciega por no conformarse.
Nunca me conforme con las pocas palabras que intentabas decir cuando en la puerta de tu habitación sacudía la mano diciendo adiós, es cierto, no me hacían falta, no me las creía.
Nunca creí en los príncipes azules ni en las historias sin final, y es que al fin y al cabo, hasta la propia vida tiene un final.
Simpre me gusto ver como anochecías en mi piel y amanecías en mis sueños.
Y esta historia termina, igual que empezó, siendo nada.

1 comentario:

  1. Si caéis es porque os lo merecéis. Tú mereces mucho más y él a alguien más a su "nivel".

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